Fundamentación


Los esfuerzos en México sobre desarrollo sustentable en el campo de la educación se han centrado por lo general en hacer un llamado para que las instituciones educativas se involucren de manera comprometida con los problemas que afectan la viabilidad de nuestro planeta. Algunos otros esfuerzos se han enfocado a crear programas educativos dirigidos a formar recursos humanos técnicos y profesionales en desarrollo sustentable.

Sin embargo, no basta con eso es necesario que las instituciones educativas, como organizaciones sociales que son, se conviertan en agentes determinantes en la transición hacia el desarrollo sustentable, ya que indiscutiblemente tienen el poder de desarrollar las capacidades de las personas y de transformar en realidad sus aspiraciones (UNESCO, 2006). No obstante, la fortaleza con la que cuentan las instituciones de educación en la formación de una ciudadanía centrada en la sustentabilidad, todavía muchas de ellas en el mundo no han establecido un compromiso formal para fijarse como eje rector la educación para el desarrollo sustentable (Filho, 2015).

La perspectiva de educación para el desarrollo sustentable rompe de tajo con el enfoque que se tenía de la educación hasta los años setentas, en esa época el fin que se perseguía con la educación era impulsar y fortalece el desarrollo económico de la sociedad. Son conocidas las nefastas consecuencias sociales, económicas y ambientales que esta perspectiva ha traído a nuestro planeta, tales como el cambio climático, la pérdida de la biodiversidad, la disparidad de los niveles de vida entre la población, el ahondamiento de la pobreza, el aumento de los grupos vulnerables, etc.

Pensar la educación desde el paradigma de la sustentabilidad es un cambio importante no solamente de postura, sino también representa hacernos conscientes del grave daño que se estaba produciendo al bienestar de las personas y del medio ambiente como consecuencia de la búsqueda del desarrollo económico.

Es indiscutible que hoy en día el desarrollo sustentable es un principio que ha unido voluntades individuales, a líderes políticos y a países, alrededor de la responsabilidad que tenemos como seres humanos de satisfacer las necesidades presentes de la humanidad sin comprometer la capacidad de que las generaciones futuras puedan satisfacer las propias, es decir hacer un planeta sustentable que se mantenga en el tiempo por sí mismo.

Este principio humanitario que ha hermanado voluntades representa un escenario de oportunidad para que las instituciones educativas amplíen su mirada y vayan más allá de las posturas ambientalistas, integrándose a un movimiento mundial que les exige poner en marcha un proceso de cambio radical en los sistemas de pensamiento y acción que las ha fundamentado filosófica, pedagógica y socialmente desde hace más de un siglo como espacios de enseñanza, de construcción de conocimientos y de difusión de la cultura (Tarrant & Thiele, 2016). Estas nuevas condiciones les imponen impulsar y transformar vigorosamente todos sus procesos educativos recurriendo a la creatividad, la flexibilidad, el dialogo y a la reflexión crítica (Iyer-Raniga & Andamon, 2016).

De esta manera se requiere que las instituciones educativas adopten un nuevo estilo de gobernanza que acierte a aprovechar las nuevas oportunidades y no reaccione con lentitud e impericia ante este ideal humanitario. Es necesario, construir una gobernanza que no sólo se dirija a educar para el cambio, sino también que sea lo suficiente hábil para hacer un cambio en cómo se educa para dirigir la educación hacia el desarrollo sustentable.

En la reconstrucción del modelo educativo es necesario trascender más allá del entorno local y adoptar una política educativa cuyo eje rector sea la sustentabilidad, en donde la educación vaya más allá de cuidar el medio ambiente, y se dirija también a reconocer y alentar la diversidad cultural, además de la creatividad proporcionando elementos que ayuden a los individuos a alcanzar su propia realización personal y espiritual (Zwickle, Koontz, Slagle, & Bruskotter, 2014).

Esto permitirá dotar a las instituciones educativas de una misión y visión de alcance universal, y lo que es más importante comparar sus logros en función de la manera en que están contribuyendo a la sustentabilidad del planeta, despojándolas de las inercias declarativas de tener como misión buscar ser entidades educativas de excelencia (Zwickle et al., 2014).